miércoles, 25 de abril de 2012

Gran hotel

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El hotel ha sido uno de los grandes temas en la literatura universal. Sea como espacio donde transcurre la acción de la obra o incluso como un personaje, el hotel sigue siendo uno de los lugares más nombrados en la literatura contemporánea. Recuerdo el hotel con el que inicia su relato Bataille en su novela El azul del cielo, un lugar donde las prohibiciones quedan extraviadas tras la puerta del elevador; la candente violencia se sitúa en ese espacio liminal, donde la protagonista está inmersa en la transgresión de la vida burguesa.
Pienso que la particularidad del hotel recae en los sucesos que quedan atrapados en ese sitio. Todo lo que pase en esas cuatro paredes, queda resguardado para cuando la memoria desee sacar lo ocurrido: las acciones más gozosas, pero también las más dolorosas se dan cita en este lugar. Los amores pasados dan rienda suelta a su carnalidad frente a grandes espejos puestos frente o junto a la cama; los cristales de las regaderas se empañan al ritmo de los vapores que emanan de la escena. De igual forma los hoteles e incluso hostales que registran el paso del viajero, logran mapear sus experiencias en rutas que abarcan distancias medidas en millas, extensiones que logran alargar lo que se quiere dejar atrás.
 El hotel articula esa conexión entre quien duerme, aunque sea una sola noche, y la experiencia que se rescata del lugar en turno. Nathalie de Saint Phalle en su libro Hoteles literarios destaca "el viaje no es a menudo sino una huida, mientras que la lectura es un viaje en sí." El hotel y la literatura para el viajero parecen ser las llaves para ese éxodo al centro de uno mismo. Paradojas del destino, por más que deseemos escapar, de todos y de nosotros mismos, en algún cruce de la ruta el lugar y la narrativa nos internan en el lugar que hemos dejado a kilómetros.
Sin embargo, existen también las experiencias de dolor y desasosiego que se delinean al atravesar la puerta del cuarto asignado. Sophie Calle lo detalla en su pieza Exquisite Pain, en la cual representa el dolor de la soledad y el desaliento experimentado al sostener una ruptura con su pareja quien la acompañó en un viaje de noventa y dos días. Sophie logra a través de la imagen relatar ese circuito de dolor que logra representar de diversas formas lo que ha repasando constantemente.
Si bien la globalización y las grandes cadenas de hoteles han desarticulado el concepto de intimidad, que en los viajes muchas veces se dibuja melancólica, los hoteles sin marca registrada siguen dejando una cicatriz profunda en la memoria de sus moradores. El dolor, el placer o simplemente el deseo de sentir unas sábanas que por una noche nos resguardaran del pasado o de la cotidianidad compartida, son los rasgos que atraviesan nuestra memoria a largo plazo.
Así desde la experiencia del viajero, del amante o simplemente de quien desea un refugio, el hotel es el espacio que sigue vigente en la memoria de cualquier cuerpo deseante.



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