lunes, 9 de noviembre de 2015

Hoy por la tarde tuve la oportunidad de terminar un ensayo sobre William Hazlitt y el arte del paseo inglés. La verdad es que estaba fuera de mi dead line y no voy a poner a mi hija como excusa, porque lo cierto es que siempre he entregado trabajos escolares, colaboraciones y participaciones para certámenes literarios justo el día de cierre... Así que fiel a mi tradición, apenas y lo entregué en tiempo. Una de las cosas que más amo sobre los ensayistas ingleses del siglo XIX es justo esta libertad de la que hacen uso en la forma y fondo de su prosa. Para alguien que ama el ocio, ahora más con añoranza, el sólo pensar en las fronteras mentales que una caminata sin rumbo y con duración de más de tres horas puede derribar, me otorga un profundo placer. Aún cuando por el momento no puedo hacer tales paseos, en el fondo me siento plena al pensar en todas esas horas que gasté de la manera más bella al caminar sobre todo por esta ciudad sin rumbo fijo. Tantas cuadras donde me detenía a mirar vitrinas, a perderme en fachadas de casas que me gustaran imaginando la vida de sus moradores. Cuántas veces no peligró mi vida al punto de que casi me atropellaran por no percatarme de que el semáforo estaba en rojo, y no lo veía porque me había entregado del todo a deambular por mis pensamientos. Tampoco es que fueran paseos idílicos, muchas veces tuve que soportar los tufos vomitivos de calles como Dieciséis de septiembre en el Centro Histórico, de salidas de metros como Tacubaya o de cualquier lugar donde hubiera un puesto de fruta, lo lamento pero los humores que emanan de los desechos y el agua sucia siempre me han parecido nauseabundos, pero de cualquier forma, esos olores eran parte de las escenografías por las que tantas veces me interprete a mí misma. No voy a negar que extraño profundamente esas kilométricas caminatas.Mis muslos con tendencia a ser rollizos lucían mejor a causa de las largas avenidas que recorría a diario, pero este tiempo de guardar se vuelve un espacio rico en ocio, además de ser significativo porque recreo esos paseos e intento rescatar esos pensamientos que por suerte aún flotan en mis libretas de trabajo. Creo que el ciclo de tales recorridos están completos, pues el símbolo queda develado en estas notas donde no sólo replico la libertad que cada paso me dio, sino que en esa misma me veo reflejada, pero desde este otro espacio igual de complejo y grato que es mi casa. P.d. ¿Algún lector podría recomendarme un té que vaya a la par con este sentido de libertad? Creo que el early grey ha comenzado a aburrirme...

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