lunes, 29 de junio de 2015

Sobre las ganas de no hacer otra cosa que escribir. Primera parte.

De unos meses para acá me ha dado por pensar en el hecho de que quizá tengan razón aquellos escritores que reclaman la necesidad de no dedicarse a otra cosa que no sea leer, pasear y escribir. Aunque en realidad hay dos vertientes de escritores, los que dicen que para evitar el bloqueo y tener de qué escribir resulta aconsejable tener un trabajo mediocre, uno de corte burocrático o de oficina que mantenga nuestro cuerpo ocupado y nuestra mente pendiente en tareas secundarias, acaso fáciles y repetitivas. Patricia Highsmith decía, por ejemplo, que es recomendable dedicarse a otro trabajo mientras una se enfrenta al oficio de la escritura, pues de esta manera resulta posible destrabarse de las historias mientras se hace otra cosa. De manera opuesta están aquellos escritores que se sienten más identificados con el tipo de escritor como Montaigne para quien escribir, leer y vivir lo suponen todo. Pienso que las generaciones de los setenta y la mía, la del ochenta, se muestran más atraídos por la segunda opción. En realidad no me sorprende, pues muchas veces yo también he querido dedicarme solamente a este oficio y no hacer otra cosa que dormir, pasear, leer, escribir y quizá bordar. Alguna vez me descubrí escribiendo en el metro algo así como "ojalá me pagaran solamente por hacer aquello que me apetece" pero luego, con una tristeza absoluta, me acuerdo que ya tuve una beca por dos años para hacer exactamente esas cosas, descontando el tedio de hacer entradas para una enciclopedia sobre la literatura mexicana, en general solamente debía dedicarme a escribir y a leer. La verdad es que a la fecha siento que no lo aproveché totalmente. En fin, lo único que me pregunto es si acaso para tener un ejercicio constante con la escritura, será necesario no hacer otra cosa en la vida que hacerlo.

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