viernes, 21 de octubre de 2011

La pérdida de la poética

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Existe un problema que desde hace algunos años particularmente, llama mi atención. Este es sobre la forma en que imaginamos. En realidad hablar sobre procesos cognitivos es una tarea bastante seria y que en realidad no estoy capacitada para desarrollar, pero si para reflexionar en torno a los elementos que se desprenden de dicha acción.

Me cuesta trabajo creer que el proceso creativo, por ejemplo, es una acción que sólo unas cuantas pueden experimentar. El genio, a mi parecer, no es sino un charlatán que, no sólo no desea expresar sus secretos, sino que le fascina engatusar a los demás, con el cuento de que su trabajo es muy importante porque nadie más puede hacerlo. Capote decía que se puede tener el talento, pero sin trabajo detrás, no hay nada que hacer. Recordemos los años que se llevó escribiendo su obra maestra A sangre fría.
Desde luego estoy consciente que el escribir, componer, ejecutar o pintar, son acciones que necesitan de un adecuado espacio y tiempo para ir perfeccionando lo iniciado. No hay obra sin disciplina.
Sin embargo, establece una triangulación entre sensibilidad, disciplina y condiciones adecuadas para llegar a buen puerto... pero y si  la obra es perfecta, impecable, pero carece de imaginación, de ese elemento que hace que uno note una clase de verdad, de esa fuerza que nos ponga frente al mood de Ricoeur, a ese momento poderoso de la experiencia estética, lo lamentable es que esa obra no es sino una falsedad, un  frío artilugio.
Estoy convencida de que los grandes maestros, han pasado horas viendo a sus hijos o a otras niñas, jugar en la calle; o quizá nunca crecieron y decidieron llevar hasta la práxis poética, su impulso libidinal. No lo sé, pero me queda claro que uno de los elementos que permiten conectar a la sensibilidad con la disciplina, es la imaginación.
Es la poética de los elementos, de los lugares, de las prácticas lo que permite ver en una simple gota, las lágrimas de Eros. Hay inscripciones que se encuentran en todos los objetos. Algunos las escuchamos, otros las vemos. A veces en el supuesto ocio, otras tantas en los momentos límite de desesperación; otros más en las pétits morts, e incluso en la regadera. La impronta de ese mundo fascinante, se esconde detrás de las alas de las mariposas de abril; de la taza de café semivacía, del grito ahogado de pasión que todas y todos hemos experimentado, de las despedidas, de las llegadas, de las risas, de las lágrimas, de los olores, de los recuerdos...
El filósofo francés Gastón Bachelard realizó una vasta e importante obra acerca de la filosofía de la ciencia. En algunos de sus libros analiza las formas en que conocemos y creamos correspondencia con el mundo que nos rodea, en una disociación de empirismo/racionalismo. No obstante decidió ensayar, tras observar que quizá la pieza faltante para identificar la fuerza que hace crear obras como las de Mallarmé, Byron, Goethe, Matisse, por mencionar a algunos de los que se encarga estudiar.
Ese elemento lo nombró poética, en conexión con la poiesis de los griegos. En cuatro libros, Bachelard desarrolló su idea de la poética en torno a los elementos naturales que nos rodean, agua, fuego, el aire, la tierra, el espacio y el campo en donde la poiesis florece lirios cada noche de día, los sueños. Enfatizó que toda obra es capaz de producirse, si se pone atención a lo que la imaginación dicta. Si somos capaces de detenernos a ver con todos los sentidos, es decir a establecer un tipo de experiencia más sensual, sin que dejará de ser racional, pues igual se establecerían conecciones intelectivas en el acto creativo.
Viendo como están de ensangrentadas las cosas, reflexiono cómo es que llegamos a este lugar tan oscuro y pienso que entre muchas cosas, permitimos que nos quitaran la capacidad de imaginar, de crear y de experimentar con nuestro destino. Hemos aceptado las imposiciones estéticas, políticas, éticas de quienes parece, nunca imaginaron que veían animales al ver las nubes sobre sus tiernas cabezas.

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