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Luego de casi dos meses de ausencia, después de algunos gin tonic´s, libros, páginas sueltas, caminos sin rumbo, paseos sin destino y con la única instrucción de dejar atrás los atavismos, la chica gin gin se dio cuenta de que la única forma de salir de su caparazón, incluso de salir de la máscara cibernética era mostrándose tal cual era, más allá de sus marcos, de sus lineas, de sus transparencias. Fue así como se observó un buen día de agosto, ante la llamada que le cambiaría su vida...
Así la gin gin, comenzó a desnudarse frente al espejo. Miró la espalda, su cabello, sus ojos avellanados, ambos brazos, sus senos... y al mirarse los pezones y la voluptuosidad esculpida carne, entendió que ya tampoco importaba si debía contar historias sórdidas, o debía crear un estilo "literario" propio. Si debía escribir sobre teoría o sobre sus fantasías eróticas; no importó siquiera si debía replantearse quién era, lo único que le importaba en todo caso, era hablar desde sí misma, o mejor dicho, desde cada una de las partes, personas, imágenes, olores, colores, sabores y memorias que la conformaban. La representación y la búsqueda del lenguaje era ya lo único que le importaba.
También se dio cuenta de la imperante necesidad de encontrar ese espacio para el flirteo con la palabra, o en términos generales, para sorprenderse sensual para sí misma en la intimidad de la reflexión, para después, pintarse y mostrarse ante los demás, como diría Montaigne, tal cual es, sin mayores artilugios ni complicaciones, con la única necesidad de expresar lo vivido, lo ensayado.
Pensó en el hecho de que la experiencia, por lo menos en la cultura occidental, quedó relegada a las bonitas páginas de Proust; bueno eso parece, pero queda la duda si ante tantos cambios contemporáneos, si ante los reclamos y las respuestas de la gente común, no será que la experiencia siempre ha estado presente, por el puro placer de compartir a los demás lo que ha sido vivido.
Luego de pensar en ella, en su todo y en la articulación de sus partes, salió un momento del rizoma de su cabeza, respiró y sostuvo por eternos segundos, la imagen que Virginia Woolf deja entorno a la lectura en The common reader, en donde lo que realmente importa es el placer de la escritura y la lectura.
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