Este espacio lo he dejado de manera intermitente, pienso que es su forma de estar, es un tejido que de manera simultánea une y deshace hilos, conexiones, temas y en general, pasajes de mi vida. Mi manera de estar en la vida real también se presenta de esta forma, un estar y no estar con los demás, un chispazo y luego un silencio que poco a poco me mina hasta que de nuevo tengo ganas de salir, de hablar, de repensarme. A estas alturas, poco me importa si aun existe quien lea este espacio, una valija que ha viajado a lo largo de casi ocho años sin ningún otro afán que construir un puente entre mis experiencias y el desdoblamiento de una escritura que a veces siento que estará por siempre en ciernes.
En el último año no he hecho sino darme a la tarea de reconocerme en el cautiverio que a veces la maternidad demanda. Con todo y que estoy en el tercer año de doctorado en sociología, estos casi dos años me he dedicado a experimentar de lleno el cuerpo maternado y con él todas las implicaciones de ser funambulista y madre de tiempo completo.
No, no he publicado mi primer libro. No, ya no voy a reuniones de escritores y no, ya no tengo la chispa de los veinte que me hizo desear dedicarme de lleno a la escritura, pero a estas alturas ya poco me importa si esas cosas suceden o no. Definitivamente existen cosas que me resultan más importantes que la propia vanidad no sólo de saberme escritora, sino de que se me reconozca como tal. Lo soy y ya nada más me importa.
Parto de la idea de que una vez que he dejado el atavismo de no ser reconocida entre las escritoras de mi generación, la verdad es que lo único que me interesa es escribir. En este par de meses, de los más accidentados de los últimos tiempos, miles de ideas me pasaban por la cabeza, esta entrada la pensé tantas veces que ahora que la escribo, nada tiene que ver con aquellos apuntes mentales. Hubiera querido escribir sobre las cosas que nos aquejan, sobre los feminicidios, sobre los diversos feminismos, sobre la última novela que leí, sobre las cosas que me fastidian de los propios feminismos y los estudios críticos, sobre mi experiencia en mi estancia doctoral en el CEIICH de la UNAM y más, pero abiertamente creo que no era el momento de hacerlo. Imagino que todavía me importaba no ser valorada, imagino que mi vanidad no hacía sino paralizarme.
En próximas fechas cumplo 33 años, cuatro de casada, cinco de vivir en pareja y dos de ser madre, puede que suene pesado, fatuo incluso, pero no son sino marcas de un arduo aprendizaje sobre todo de compromiso y disciplina, de una pasión que no se agota y en general de un desdoblamiento que me ha hecho capaz de reconocerme en cada una de las improntas que dichas experiencias me han dejado. Reconocerme en cada error, en cada ruptura, en cada incidente de violencia, en cada goce, en cada iluminación ha sido lo que ha quedado en esta valija y siendo fiel a la poética de la misma, no hago sino escribir sobre el estado de libertad en el que ahora habito.
Es casi como mi deseo de no borrar mis estrías del embarazo, porque cada marca me ha hecho la escritora que soy.
En general, me es más fácil decir esto acá, porque sé que el blog ya es una reliquia, pero como siempre voy en contra de todo, he decidido hacer lo que nunca hice: escribir casi diario lo que me venga en gana. Cerraré mi face y este será el único medio por el cual me encuentre activa en la red. Así que esperen reseñas, ideas que me vengan sobre problemas sociales o simplemente lo que haya ocurrido en mi día. O no, no esperen nada, no me lean, no dialoguen con mis ideas, no me hagan sentir escuchada, porque de cualquier forma lo haré.
P.d. Acá un enlace a mi último artículo publicado en la excepcional revista de la Universidad Autónoma Metropolitana (México), editada por los maestros Conde de Arriaga y Alejandro Arteaga, a propósito del centenario de Leonora Carrington y su escritura.
http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/40_may_2017/casa_del_tiempo_eV_num_40_24_27.pdf
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