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A una cuadra del departamentito de la calle de López en el que cohabito con Caguamita y Cubaraimo se desatan diversas pasiones que se mantienen a flote en el barco del deseo, en donde el brillo y los cuerpos que se deslizan con cadencia por los filamentos del averno llevan con gran ritmo con dirección al paraíso en llamas. Ya sea para bailar las pegaditas (o las guapachosas) y sacar de su mesa de la esquina a una hermosa ninfa de piernas bien torneadas que al igual que las otras que comparten su isla, toma despacito, a traguitos el elixir que les hace soportar el transcurrir de las horas montadas en tacones de aguja, si el cuerpo sólo desea el acercarse un poco más de lo normal, casi como las coreografías que se deben de montar en el metro a hora pico pero con permiso de la bella dama; sentir el sudor correr al final de una vuelta y estrechar las caderas y conjunto a detener con el pecho el bamboleo de los senos, o incluso si sólo el bolsillo alcanza para calentar el alma sin llegar a las llamas, la cuadra de Independencia esquina con López es el escenario en donde se desplazan las mejores coreografías con sabor oriental.
Pero si el cuerpo no aguanta, si el deseo de la mirada sucumbe a la fantasía y una necesidad inminente de ver y gritar aunque sea para uno mismo "pelos, pelos" y claro si se cuenta con más de $500, entonces el deber es ir al Kefrén, al Life o a cualquiera de los templos carnales que nos circundan. Como todos los lugares, cada uno de éstos tienen sus reglas, sus tipos sociales, tipologías del comportamiento, pero sin lugar a dudas el esquema de estimulo-respuesta queda suspendido en la presentación de la persona ante un escenario de total excitación y la respuesta de su propio cuerpo que puede que quiera ir más allá de ver a las ménades en pleno alkelarre, pero si él o ella no cuentan con más de 1000 pesitos el punto es que lejos estarán del paraíso privado.
Cómo todo templo en donde se adora al cuerpo, los lugares del deseo tienen miles de aspectos que ofrecer a la observación participante; es claro que la objetividad se diluye en los alcoholitos que se sudan al ver esas enormes caderas moverse al ritmo de los Fabulosos Cadillacs, como también es claro que la impresión que Mallinowski sufrió de sentirse estudiado también se experiementará en estos lugares, pues uno termina siendo objeto de estudio de las ardientes ninfas en sus ratos de aburrimiento. Lo que es cierto, sea por gusto personal, por necesidad corpórea, por tentación, por soledad, por deseos de hacer una investigación, la experiencia del voyeaurista es algo que no puede suprimirse del deseo de la vida.
Es grato leer este tipo de artículos que bien tocan temas que están a la orden del día y tal vez no nos tomamos el tiempo de observar. Felicidades
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