"El ser humano constantemente se da miedo a sí mismo.
Sus movimientos eróticos le aterrorizan[...]
No creo que el hombre tenga la más mínima posibilidad de arrojar un poco de luz sobre todo eso antes de dominarlo."
George Bataille, El erotismo, Tusquets, Madrid, 2007.
La última vez que lo ví fue en octubre del 2006. Lo recuerdo con igual perfección porque sería el día que conocí al gran maestro Héctor García para quien posee ese mañana. Esa tarde en el mismo Covadonga en compañía con Carlos y Fadanelli no pensé que sería la última vez que vería en acción a Gurrola. Cuando falleció, curiosamente la relación que tenía en aquel momento estaba falleciendo, esa que inició cuando vi por primera vez al maestro; recuerdo que no quise ir al homenaje porque yo misma estaba viviendo ya un duelo.
En fin, cada uno de estos recuerdos fueron proyectados desde el pasado mítico de mi memoria de ninfeta al ver Banquete Gurrola, presentada en el MACG desde principios de este mes. El trabajo curatorial, la museografía y el espacio, aunque pequeño, ahondan en la búsqueda del cuerpo, del ser y la pulsión. Salvo en la galería de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, recinto en donde el maestro daba clases, en ningún otro espacio imagino el montaje de este fragmento de su arduo trabajo experimental consciente e inconsciente. La idea del gabinete, como también la del paraíso, todo blanco y con celestiales cuerpos cayendo del techo, quedando suspendidos fue el escenario ideal para la observación de la intimidad de Gurrola y las féminas expuestas en posición de cópula; con trajes de Lolita, con ligueros, encarnando mesas, animales, en fin todas concebidas a través de los fascinantes trazos consumados sobre simples servilletas de papel provenientes de diversas cantinas; imagino que la gran mayoría fueron creados en el Covadonga.
El espacio entonces juega como escenario para poner en acción a Gurrola post mortem, para verlo fluir, eycular, exaltar, seducir y asombrar a través de cada uno de los ejercicios gráficos. El gabinete como el de cualquier psicoanalista, da testimonio de sus pulsiones, de sus fantasías y delirios, pero también se transforma en la gran cantina en la que podías encontrarlo invitándote también a que te desnudes, a que le dijeras tus verdades más profundas, esos paraísos negros que dejas detras del biombo de la presentación cara a cara, esos que sólo el onanismo salvan. En cada servilleta se filtra la absoluta fascinación por el arte, la pornografía y la mujer; esos tres elementos me parecen que eran parte de sus motores para el momento de la creación, conjunto a las pulsiones y deseos que felizmente logró encarnar en cada una de las obras que nos regaló durante su paso por esta gran cantina.
La fuerza que emana del lugar deja en suspensión la forma para centrarse en el contenido, en sí la búsqueda del ser ante la terrible (en el sentido de miedo-fascinación) imagen del cuerpo femenino, en su mejor instante de extásis. Esa búsqueda del ser, propia de su generación, se concreta en una retórica maravillosa de que lo más bello, desquisiante y fugaz puede quedar registrado en un simple pedazo de papel, en una servilleta, residuo de esos palacios de disfrute popular que son las cantinas. Desde luego que se exalta la gran capacidad técnica que Gurrola tenía, sobre todo porque es fácil imaginar que mientras estaba en alguna charla-bacanal, él simplemente realizaba éstos trazos, de forma consciente pues los firmaba roturando así la acción, y saldaba esa pulsión para satisfacer otras. El cuerpo entonces es elevado de la grotesca presentación de algunas imágenes como pueden ser las mujeres animal y mesa, hasta esa imagen tan hermosa de una bella mujer de escultural cuerpo que muestra orgullosa sus piernas con liguero.
Así, ahora que han pasado los años, que yo voy dejando mis imágenes por las cantinas de esta ciudad, que mis pasiones y pulsiones van transformándose, a la salud de Gurrolla, del cuerpo, de la búsqueda del ser, del erotismo, la belleza y lo grotesco, bebo con lujuría mi bohemia como aquella tarde de mediados de octubre de 2005 en que me preguntó " y tú, cuéntame ¿cúal ha sido la imagen más angustiante que has vivido en tu corta edad?".