domingo, 20 de febrero de 2011

La puesta en escena del erotismo de Gurrola: Banquete Gurrola.

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"El ser humano constantemente se da miedo a sí mismo. 
Sus movimientos eróticos le aterrorizan[...] 
No creo que el hombre tenga la más mínima posibilidad de arrojar un poco de luz sobre todo eso antes de dominarlo."
George Bataille, El erotismo, Tusquets, Madrid, 2007.

Hace poco más de 5 años, cuando aún Caguamita y Cubaraimo no figuraban en mi sistema de representación, cuando aún mi adolesecencia se encontraba suspendida en el paso a la vida adulta, pude conocer a Gurrola. No sólo porque no fué hace tanto tiempo, sino que cada detalle lo recuerdo a la perfeción, pues se convertiría en una de esas experiencias que sabes que su impronta te seguirá por el resto de tus días. Recuerdo con exactitud mi reacción al entrar al maravilloso escenario, la cava del Covadonga, aquella mítica cantina de la colonia Roma, evidentemente no pudo existir mejor escenografía para ver en acción a Juan José; en aquella ocasión fui invitada con el fin de conocer a Carlos Martínez Rentería, nada sabía de que la reunión giraría en torno al niño terrible de teatro, pero al verlo, sentí como su imagen se incrustaba con gran fuerza en mi cabeza. Supe entonces que ese instante ya no era posible olvidarlo.

La última vez que lo ví fue en octubre del 2006. Lo recuerdo con igual perfección porque sería el día que conocí al gran maestro Héctor García para quien posee ese mañana. Esa tarde en el mismo Covadonga en compañía con Carlos y Fadanelli no pensé que sería la última vez que vería en acción a Gurrola. Cuando falleció, curiosamente la relación que tenía en aquel momento estaba falleciendo, esa que inició cuando vi por primera vez al maestro; recuerdo que no quise ir al homenaje porque yo misma estaba viviendo ya un duelo.

En fin, cada uno de estos recuerdos fueron proyectados desde el pasado mítico de mi memoria de ninfeta al ver Banquete Gurrola, presentada en el MACG desde principios de este mes. El trabajo curatorial, la museografía y el espacio, aunque pequeño, ahondan en la búsqueda del cuerpo, del ser y la pulsión. Salvo en la galería de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, recinto en donde el maestro daba clases, en ningún otro espacio imagino el montaje de este fragmento de su arduo trabajo experimental consciente e inconsciente. La idea del gabinete, como también la del paraíso, todo blanco y con celestiales cuerpos cayendo del techo, quedando suspendidos fue el escenario ideal para la observación de la intimidad de Gurrola y las féminas expuestas en posición de cópula; con trajes de Lolita, con ligueros, encarnando mesas, animales, en fin todas concebidas a través de los fascinantes trazos consumados sobre simples servilletas de papel provenientes de diversas cantinas; imagino que la gran mayoría fueron creados en el Covadonga.

El espacio entonces juega como escenario para poner en acción a Gurrola post mortem, para verlo fluir, eycular, exaltar, seducir y asombrar a través de cada uno de los ejercicios gráficos. El gabinete como el de cualquier psicoanalista, da testimonio de sus pulsiones, de sus fantasías y delirios, pero también se transforma en la gran cantina en la que podías encontrarlo invitándote también a que te desnudes, a que le dijeras tus verdades más profundas, esos paraísos negros que dejas detras del biombo de la presentación cara a cara, esos que sólo el onanismo salvan. En cada servilleta se filtra la absoluta fascinación por el arte, la pornografía y la mujer; esos  tres elementos me parecen que eran parte de sus motores para el momento de la creación, conjunto a las pulsiones y deseos que felizmente logró encarnar en cada una de las obras que nos regaló durante su paso por esta gran cantina.

La fuerza que emana del lugar deja en suspensión la forma para centrarse en el contenido, en sí la búsqueda del ser ante la terrible (en el sentido de miedo-fascinación) imagen del cuerpo femenino, en su mejor instante de extásis. Esa búsqueda del ser, propia de su generación, se concreta en una retórica maravillosa de que lo más bello, desquisiante y fugaz puede quedar registrado en un simple pedazo de papel, en una servilleta, residuo de esos palacios de disfrute popular que son las cantinas. Desde luego que se exalta la gran capacidad técnica que Gurrola tenía, sobre todo porque es fácil imaginar que mientras estaba en alguna charla-bacanal, él simplemente realizaba éstos trazos, de forma consciente pues los firmaba roturando así la acción, y saldaba esa pulsión para satisfacer otras. El cuerpo entonces es elevado de la grotesca presentación de algunas imágenes como pueden ser las mujeres animal y mesa, hasta esa imagen tan hermosa de una bella mujer de escultural cuerpo que muestra orgullosa sus piernas con liguero.

Así, ahora que han pasado los años, que yo voy dejando mis imágenes por las cantinas de esta ciudad, que mis pasiones y pulsiones van transformándose, a la salud de Gurrolla, del cuerpo, de la búsqueda del ser, del erotismo, la belleza y lo grotesco, bebo con lujuría mi bohemia como aquella tarde de mediados de octubre de 2005 en que me preguntó " y tú, cuéntame ¿cúal ha sido la imagen más angustiante que has vivido en tu corta edad?".

domingo, 13 de febrero de 2011

La observación participante montada en el barco del deseo.

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A una cuadra del departamentito de la calle de López en el que cohabito con Caguamita y Cubaraimo se desatan diversas pasiones que se mantienen a flote en el barco del deseo, en donde el brillo y los cuerpos que se deslizan con cadencia por los filamentos del averno llevan con gran ritmo con dirección al paraíso en llamas. Ya sea para bailar las pegaditas (o las guapachosas) y sacar de su mesa de la esquina a una hermosa ninfa de piernas bien torneadas que al igual que las otras que comparten su isla, toma despacito, a traguitos el elixir que les hace soportar el transcurrir de las horas montadas en tacones de aguja, si el cuerpo sólo desea el acercarse un poco más de lo normal, casi como las coreografías que se deben de montar en el metro a hora pico pero con permiso de la bella dama; sentir el sudor correr al final de una vuelta y estrechar las caderas y conjunto a detener con el pecho el bamboleo de los senos, o incluso si sólo el bolsillo alcanza para calentar el alma sin llegar a las llamas, la cuadra de Independencia esquina con López es el escenario en donde se desplazan las mejores coreografías con sabor oriental.

Pero si el cuerpo no aguanta, si el deseo de la mirada sucumbe a la fantasía y una necesidad inminente de ver y gritar aunque sea para uno mismo "pelos, pelos" y claro si se cuenta con más de $500, entonces el deber es ir al Kefrén, al Life o a cualquiera de los templos carnales que nos circundan. Como todos los lugares, cada uno de éstos tienen sus reglas, sus tipos sociales, tipologías del comportamiento, pero sin lugar a dudas el esquema de estimulo-respuesta queda suspendido en la presentación de la persona ante un escenario de total excitación y la respuesta de su propio cuerpo que puede que quiera ir más allá de ver a las ménades en pleno alkelarre, pero si él o ella no cuentan con más de 1000 pesitos el punto es que lejos estarán del paraíso privado.

Cómo todo templo en donde se adora al cuerpo, los lugares del deseo tienen miles de aspectos que ofrecer a la observación participante; es claro que la objetividad se diluye en los alcoholitos que se sudan al ver esas enormes caderas moverse al ritmo de los Fabulosos Cadillacs, como también es claro que la impresión que Mallinowski sufrió de sentirse estudiado también se experiementará en estos lugares, pues uno termina siendo objeto de estudio de las ardientes ninfas en sus ratos de aburrimiento. Lo que es cierto, sea por gusto personal, por necesidad corpórea, por tentación, por soledad, por deseos de hacer una investigación, la experiencia del voyeaurista es algo que no puede suprimirse del deseo de la vida.

jueves, 10 de febrero de 2011

Desdoblamientos...

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Sucedió hace poco más de quince años la primera vez que la vi. Era linda, superficialmente linda, con una frescura tan impetuosa como la primera lluvia de mayo y tan febril como la primera mordida a una fruta nunca antes vista. Era la página nunca escrita pero siempre deseada desde antes de su concepción; el beso siempre soñado y nunca recibido. El sabor no inventado, el aroma de la noche de primavera. Ella era todo eso que una siempre anhela ser, encontrar, besar, amar y... odiar.
Así fue desde siempre, desde el primer sueño amoroso en que me decía tiernamente despierta y pasionalmente despierta le susurraba al oído duerme. Eramos dos al anochecer, tres al amanecer, una en el cenit. Siempre juntas, en tremenda contienda una contra la otra, una sobre la otra, revueltas sin necesidad de saber en donde terminaba mi cabello y en donde comenzaba su ser. Ahí me veo tumbada boca bajo con la duda naciente entre mis muslos, con la intranquilidad del ave de llegar al nido y sentir el inminente rapto de su cría.
Siempre ella, siempre yo, siempre ambas escribiéndonos, glosándonos, devorándonos,deglutiendo cada palabra no dicha a ningún otro. Día tras día, sucumbo entonces a la necesidad de suspender por un tiempo indefinido la búsqueda de la nada, la partida fortuita o el intercambio por alguna otra que desee estar a tiempo conmigo. Sin embargo me he enterado en cartas, que ella ha escapado, viaja por lugares que no conozco, a los que nunca hemos soñado viajar. Dá vertigo, pero también una enorme felicidad, saber que la han visto, colgada de otra chica, paseando felizmente por las calles de Santiago, compartiendo su sonrisa, nuestra sonrisa con los labios de Tania o puede que Estefania, no sé.
Ahora sólo me queda esperarle, ser paciente y seguir deseando que un día ella me encuentre de nuevo caminando por las calles del barrio, comiendo un raspado de grosella o cualquier cosa fría pero dulce y mirándome como lo hace cuando me nombra para existir.