En realidad, debía quedarme a realizar una serie de correcciones; tenía que concluir algunos puntos, tramos sueltos que he encontrado en la tesis, pero era la mañana de domingo. Caguamita dormitaba plácido entre cojines ázules, mucitaba bellas melodías sin interpretación, algunos fagots acompañaban su sónata matutina. Me quedé mirando fijamente esa espectacular imagen de la que muchos ángulos quedaban por definir. En fin, el caso es que era domingo por la mañana y un deseo de compradora compulsiva, hasta donde mi modesto sueldo me lo permite, se apoderaba de mí. Fue cuando decidí, darme un baño, a jícarazos, el gas se terminó ayer por la noche, y despertar al misterioso hombre para ir al tianguis...
Llegamos y como era predecible, estaba lleno de personas que aprovechan para hacer las compras decembrinas. Nos dirijimos por una michelada al puesto de siempre y nos dispusimos a deambular por los puestos del enorme laberinto con toldos de colores, tapetes de los cuales florecen zapatos, bolsos, herramientas, celulares, libros, todo, absolutamente todo lo que uno puede desear y en ocasiones incluso, necesitar.
Pásele, pásele güera, barato de calidá, pásele que me quiero ir temprano a emborrachar...
Uno no termina de pagar, cuando ya te enganchas con algún objeto raro y barato, dificíl de resistir. Un marco plateado de esos que tienen un aire art noveau, a 30 pesitos, unos zapatos que me lleven a mis recuerdos y una falda negra para bailar, era todo lo que pedía encontrar y en realidad era todo lo que podía comprar.
Al final los dos éramos félices, infantilmente dichosos. El toque, las burbujas expedidas a lo largo del vagón en la estación Pantitlán y un fébril beso sabor a Caguamita chelada. MUAC!
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