jueves, 30 de octubre de 2014

Soledades

Hace casi cuatro años que generé este espacio. Lo hice con la intención de escribir y comenzar a encontrar lectores, cómplices que sin conocerlos serían, por lo menos en mi imaginación, compañeros de una vida apócrifa que iría desplegando en cada entrada. Pero me he engañado, no encontré tal espacio, ni tampoco ese acompañamiento, en parte porque lo reconozco, no soy disciplinada con mi escritura, además de no ser tan interesante, y en parte, porque evidentemente los medios y las plataformas han cambiado; en realidad este medio ya está totalmente desfasado y me parece, pocos son ya los lectores de blogs, pero mi curiosidad y miedio al silencio siempre resisten. No he publicado nada relevante, para ser franca, lejos estoy de poder siquiera palpar mi primera novela publicada o aquel libro de ensayos dedicado a mis duelos. Probablemente por todas las cosas que estoy enumerando sea el motivo por el que de nuevo publico una entrada en este empolvado sitio, porque sé que no seré leída, porque me mantendré en un anonimato propicio que sin embargo, me ayudará a seguir ejercitando lo único que me ha mantenido cuerda. La ecuanimidad y equilibrio nunca han sido aspectos que acompañen mis días, mucho menos en el último año y medio de mi vida donde he experimentado diversos cambios que desde luego han repercutido en mi escritura, por ejemplo, ahora escribo desde el extremo sur de la ciudad de México, me casé, volví al ámbito académico y además ya tengo treinta años, ah lo olvidaba, también me encontraron un padecimiento autoinmune; cada una de esas nuevas experiencias en ocasiones me han hecho descubrir un extrañamiento en mi cuerpo, en mi escritura y en cada uno de mis procesos. Puede que este ejercicio me ayude a crear un espacio donde me sienta segura, donde pueda reconocerme fuera de cada etiqueta que me he impuesto, también es cierto que, como siempre, logre sabotearme y extinga el impulso de establecer mi propio tono, un estilo que a diferencia de mis amigos y contemporáneos no he encontrado aún. Ahora sólo me queda esperar que la noche se extinga, que las horas se disuelvan entre páginas de sociología y ese artefacto de Pitol que no me ha acompañado la última semana, esperar que sean las seis e ir al laboratorio, llegar y desear como en ocasiones me sucede, estar en la playa y no sentir nada que no sea la brisa pegando en la arena.